23 de agosto de 2011

Hace mucho tiempo,existía una estatua en un pequeño pueblo. Era pequeña pero muy lograda, habían conseguido de ella hasta el último detalle. Era preciosa. Los habitantes a veces la usaban para pedirle deseos cuando lo estaban pasando mal, y se dice que al final conseguían superar todos los problemas que les asaltaban.
Había un chico que vivía en la misma plaza donde estaba la estatua. Desde que nació, lo primero que veía por la ventana nada más despertarse era la estatua. Se sabía de memoria cada detalle. Podría saber ya su altura exacta sin haberla medido nunca. La estatua era la primera imagen que recordaba cada día, y la última.
Un día, al despertarse, la estatua desapareció.Nadie supo nunca qué pasó. Si la habían derruido, no había restos, y sabían que nadie se atrevería a haberlo hecho. No sin razones. Era imposible de robar, lo descartaron también. Nadie entendía como ya no estaba allí.
Pero quien no se había podido imaginar nunca que pasaría algo así, es el chico. Cada día que despertaba, sabía que le faltaba algo. Y lo mismo le pasaba cada vez que se acostaba. Había vivido tanto cuando estaba la estatua que no sabía cómo seguir haciéndolo. Lo único que hacía era rezar. Se tiraba el día rezando, desde que se despertaba hasta que se volvía acostar. Todo el día pidiéndole a quien fuese que devolviese la estatua.
Pasó el tiempo, pero el hueco de la estatua seguía ahí. Ya no le quedaban fuerzas al chico, no quería seguir como estaba, ni quería irse del sitio. Él sabía que su sitio siempre sería esa plaza, pero que no podía estar.
Así que, una noche se levantó de madrugada. Se vistió como se vestía la gente por entonces para ir a algún evento especial, como a una boda. Se puso el traje más elegante que tenía. Salió a la plaza, y se colocó en el lugar de la estatua. Sabía que cerca estaban reconstruyendo una iglesia, y que a esas horas no habría nadie.

Fue entonces como con la ayuda de ese cemento, él se convirtió en la nueva estatua del pueblo.
Casi nadie lo reconoció. Llegaron unos escultores, le limpiaron las imperfecciones, dejándola como si siguiese vivo, pero en piedra.
Así fue como el pueblo siguió siendo reconocido por sus estatuas perfectas y preciosas.

 ¿Podéis imaginaros la moraleja?

1 comentarios:

·Êl düêndê (¡n)fêl¡z· dijo...

Pues a mi me dio la sensación de que estuviese hueco.

Publicar un comentario

Cómo triunfas,Dani,te están dejando coments.